Cada mañana, Jorge Luis Borges registraba sus sueños y luego utilizaba ese material para enriquecer sus ficciones. Ernesto Sabato tenía el hábito de incendiar por la tarde lo que había producido hasta el mediodía. Y Carlos Fuentes contó que componía "mentalmente" sus seis o siete páginas diarias en un paseo que incluía la casa de Albert Einstein, la de Hermann Broch y la de Thomas Mann, en Princeton. Pero de todas las historias sobre escritores a la hora de encarar la rutina del oficio, quizá la más singular pertenezca a...
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