El sabor dulce no sería el único motivo por el cual acudimos a un helado o a una tarta en los momentos de estrés. El placer que produce consumir alimentos grasos no deriva exclusivamente de la experiencia sensorial placentera de comerlos, sino también de señales puntuales que registra el cerebro al recibir grasa, según indicó un estudio realizado por científicos de la Universidad de Lovaina, en Bélgica.
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