La edad a la que una persona toma su primer trago puede influir en la genética ligada al alcoholismo, haciendo a los bebedores jóvenes más susceptibles a problemas severos. Mientras más joven se comienza a beber, los factores genéticos contribuyen mucho en el riego de dependencia alcohólica, a tasas tan altas como el 90%. Si se comienza a beber a mayor edad el factor genético pierde peso frente a factores socio-ambientales. Se postula la hipótesis de que la exposición a la bebida a edades tempranas modifica al cerebro en desarrollo.
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