Durante la I Guerra Mundial, empezaría a usarse de forma masiva un nuevo tipo de pólvora que sería decisiva en la contienda, se trataba de la cordita, utilizando la acetona como disovente. Churchill recurrió a un prometedor químico, Chaim Weizmann, sionista emigrado de Europa continental, para que aplicase su técnica de invención propia para fabricar acetona basada en la fermentación del maíz por la bacteria anaerobia Clostridium acetobutylicum. Churchill pagó "su precio".
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