Entre los daños colaterales de la crisis de la industria discográfica está la clausura de estudios de grabación. En uno de esos cierres, 350 cintas cubiertas de polvo y sin etiquetar podrían haberse tirado a la basura si alguien no se hubiera preocupado de darle al play. El ingeniero de sonido Ángel Álvarez, conocido como Ángel Algarz, compró un magnetófono de saldo de un estudio y unas cintas de bobina que escondían un tesoro: grabaciones perdidas y sin clasificar de grupos de los ochenta, sobre todo de la movida madrileña
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