Las luces urbanas nos obligan a salir al campo para ver las estrellas, ya que esparcen un halo luminoso por encima de todas las ciudades y pueblos. Incluso los aficionados más apasionados a la astronomía se oponen a que las ciudades permanezcan a oscuras; la iluminación artificial hace más segura la conducción y evita robos y vandalismos. Pero gran parte de la luz urbana que se envía al cielo resulta innecesaria por completo. Esta energía derrochada se denomina contaminación lumínica.
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