Hace poco más de una semana, visité a un compañero senegalés que está encerrado en el Centro de Internamiento para Extrajeros (CIE) de Aluche. Después de la visita, un amigo me invitó a escribir algo sobre lo que había visto y reconozco que no fui capaz. Llegué incluso a sentarme frente al ordenador pero no pude ir más allá de un escueto y directo: ¡CIEs, no! Las palabras no me venían.
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