La celda era de doce metros cuadrados de piedra, equipados con baño personal y calefacción. Sin compañeros de prisión, el cabecilla del golpe pudo moverse con libertad por esta fortaleza militar de finales del XIX. Hacía deporte, recibía a sus numerosas visitas y camaradas golpistas e incluso las invitaba a café en el salón del fortín. Las vistas, a las rías Gallegas, son tan exclusivas, que ahora se pretende convertir el castillo en un hotel para evitar su deterioro.
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