Permíteme que me dirija a ti para, después de haber desembolsado cuatrocientos euros en la librería de la esquina, te transmita mi felicitación por ser tan considerado con las familias que, lamentablemente, tienen la desgracia de haber caído en tus manos. Unas manos manchadas, por cierto, de sangre y sudor de otros. Unas manos que, jamás, serán capaces de llagarse al ver sufrir a los padres cuya cuesta de septiembre se va a ver casi imposible de superar por culpa de tus malas prácticas.
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