Los controladores, unos terroristas. El gobierno, una máquina de encontrar soluciones. ¿O es al revés? Los controladores, víctimas de una persecución salvaje, y el gobierno, una institución que le ha cogido el gusto a la imposición por decreto. Sea cual sea la respuesta, lo único seguro es que España sigue luciendo internacionalmente su Estado de Alarma y la militarización de sus aeropuertos. ¿En medio? Miles de ciudadanos que asisten atónitos y llenos de desconfianza a uno de los culebrones más penosos de la última década en España.
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