El despacho del profesor Carlos Domínguez no se parece en nada a cualquier otro de la facultad de Teología del campus de Cartuja. En él, los libros de Sigmund Freud se mezclan con los símbolos católicos y algún que otro recuerdo de la Compañía de Jesús, a la que pertenece. Carlos no es un sacerdote cualquiera. "En parte, el problema de la violencia escolar es un síntoma de una sociedad enferma que no admite limitación. Lo único que existe es mi yo. Vivimos una exaltación del narcisismo, un culto extremo al yo."
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