En la época que me tocó vivir en aquella cárcel (entre 1974 y 1975), el régimen penitenciario estaba ya en plena decadencia. Todo el mundo, incluyendo a buena parte de los funcionarios, estaba convencido de que el franquismo llegaba a su fin. “No sabíamos si en dos o tres años ibais a ser presos o ministros”, me dijo pocos años después uno de ellos, al que me topé en un restaurante de Aranjuez.
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