“Cuando llegué de mi viaje a Libia quedé alucinado, en mi casa todo el mundo decía que yo había muerto” recuerda Gerardo Rosales, el único español que viajaba en el fatídico vuelo. “Yo decía que no, que no me había muerto, que estaba vivo, pero mi mujer insistía en que era un impostor, que sólo pretendía aprovechar la desgracia de una familia honrada para tirarme a una viuda” recuerda Rosales.
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