Cuando estudias en el instituto la historia de la Ilustración, los profesores suelen convenir que para que este movimiento se pusiera en marcha, tuvo mucha importancia la Enciclopedia en la que Diderot y D’Alembert reunieron los saberes de la época. Esta colección de libros, que se publicaron entre 1751 y 1772, encarnó los máximos ideales del siglo XVIII: la fe en la razón y en la difusión del conocimiento, con una ideología laicista, pragmática y materialista.
Aunque en aquella época había más diccionarios enciclopédicos, es la de Diderot y D’Alembert la recopilación que tuvo más recorrido, que llamó la atención de intelectuales de la época como Voltaire que ensalzó su tarea tan solo un año después de la publicación del primer tomo. Sin embargo, pronto empezaron a escucharse voces en contra de los libros, y sobre todo de artículos en concreto.
Por ejemplo, en el artículo en el que se hablaba de Ginebra, D’Alembert señalaba que era una capital intelectual sin teatros y que toda actividad teatral era perseguida allí. Rousseau se tomó el artículo como algo personal y escribió su famosa “Carta sobre los espectáculos” en la que señalaba que el teatro corrompía las buenas costumbres porque presentaba de manera lúdica las pasiones y los vicios. El enciclopedista, que no quería meterse en polémicas, dio un paso atrás y se quedó al mando solamente de la sección de matemáticas para no volver a tener confrontaciones.
El estamento clerical tampoco acogió los apuntes religiosos de buen grado, y el padre jesuita Berthier atacó la Enciclopedia desde el principio, pese a que Diderot intentaba calmar sus ánimos con cartas explicativas. De hecho, los jesuitas amenazaron varias veces al editor de los libros con iniciar una campaña contra él si no les dejaban controlar al menos los artículos que hablaban de religión y de hecho lograron prohibir su publicación en 1752 hasta que la intervención de Madame Pompadour, amante del rey, les otorgó su protección y pudieron seguir con su trabajo.
Los cacouacs
En 1757 comenzaron a aparecer artículos en el Mercure de France sobre una tribu salvaje recién descubierta que recibía el nombre cacouacs, cuyos miembros eran unos bárbaros irredentos. Los artículos fueron seguidos por varios libros de Nicolas Moreau y del abad de Sain Cyr, confesor del Delfín.
La palabra cacouac proviene del griego kakos y del francés couac, y ambos términos significan malvado. Con él se refería a los filósofos, que eran como querían ser llamados los enciclopedistas, y se explicaba que el país de esta tribu se hallaba cerca de los 48 grados de latitud Norte, o sea, la misma que París.
Tanto en los artículos como en los dos libros que se publicaron sobre el tema de los cacouacs se indicaba que estos indígenas eran apátridas y que no creían en la verdad absoluta. Esta tribu estaba formada por individuos muy belicosos que no reconocían ninguna autoridad y su principal arma era la fuerza de la palabra.
Aunque en las páginas de Moreau no se menciona a la Enciclopedia de manera explícita, sí que queda claro el mensaje al leer sus palabras. El libro de la “Historia de los cacouacs” trata sobre un joven que cae en manos de esta tribu, que intenta adoctrinarle con sus ideas mediante libros y discursos.
Al libro de “Historia de los cacouacs” de Moreau le sigue otro titulado “Catecismo de decisiones en problemas de conciencia para el uso de cacouacs” firmado por el abad Giry de Saint Cyr y que está trufado de citas de Diderot, La Mettrie y otros autores junto con artículos de la Enciclopedia. En esta obra, el abad va repasando las ideas de los cacouacs sobre materias teológicas y cómo se debe catequizar a los salvajes.
El término cacouac caló en la sociedad y se usó como término para designar a los editores de la Enciclopedia de manera peyorativa, y se consideraba a Voltaire como el “patriarca de los cacouacs”.
Si queréis leer más sobre esta polémica, en este libro hay bastante información y claro, siempre podéis buscar los libros sobre cacouacs aunque no estoy segura de que la sátira dieciochesca siga funcionando igual de bien ahora.