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Cabeza de negro

Russell Marker irrumpió en la calle como un ciclón. No daba crédito. Por segunda vez, salía de la embajada con las manos vacías. Ya se podía ir olvidando de la autorización para el trabajo de campo, sus supuestos representantes en el país no tenían el menor interés en conseguírsela. Y encima le pedían que regresase a Estados Unidos. Ni en sueños. Sabía perfectamente que los japoneses habían atacado Pearl Harbor unas semanas antes. Y podía comprender que no era el mejor momento para que un gringo deambulase por México...

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