A finales de la década de los 50, Brasil construyó, en plena meseta central, su nueva capital: Brasilia. Lo hizo en apenas tres años, una hazaña considerada colosal. El compromiso de construir una nueva capital en el centro del país había existido al menos desde el siglo XVII, pero solo se hizo realidad en 1956. Para que su diseño arquitectónico racionalista funcionase debía albergar un máximo de 500.000 personas, principalmente funcionarios. No se tuvo en cuenta que los trabajadores que la estaban construyendo serían sus primeros residentes.
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