Carlos Magdalena creció manejando podadoras, azadas y motosierras en la finca para los fines de semana de su familia a la afueras de Gijón. Desencantado con las posibilidades que ofrecía España para la botánica, se marchó a Londres a ganarse la vida. Tras leer en la prensa que los Reales Jardines de Kew, el templo de la conservación, trataba de recuperar una planta extremadamente rara, la Ramosmania rodiguesii, se presentó para ofrecer sus servicios. No tenía un gran currículum investigador ni experiencia en estancias. Pero les persuadió.
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