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Los Bonnie y Clyde baleares

Pasaban las dos de la mañana en la casa de huéspedes de la madrileña calle Apodaca. Dos policías llamaban a la puerta de la habitación de un tal don Luis. Dentro, en realidad, esperaba –sin armas ni resistencia– Eddy Arcos. Bautizado por la prensa francesa como Fantomas, había mantenido en vilo a media Europa con sus grandes golpes en hoteles de lujo que le confirmaron como un experto ladrón de guante blanco. Allí, con su detención, parecía acabarse su historial. Se terminaba, también, el dúo al estilo Bonnie y Clyde.

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