Con frecuencia se habla de que las multinacionales farmacéuticas no están realmente interesadas en curar enfermedades, sino en cronificarlas y en crear otras nuevas, que antes no lo eran, o que no se consideraban como tales.
No se puede saber hasta qué punto es cierto, pero el razonamiento es perfectamente lógico: una persona curada es un cliente perdido. Una persona que debe medicarse de por vida, es un cliente cautivo. Una persona rarita no es un cliente, pero alguien diagnosticado de un novísimo síndrome psicológico es un cliente, y muy bueno.
Con las ONGs y las organizaciones de defensa de ciertos derechos, pasa lo mismo. Cuanto más dinero reciben para combatir un mal, como e racismo o el machismo, más persistente es ese mal, más daño hacen, y más se repite. Da la impresión de que el dinero que se les entrega sirve únicamente para agravar el problema, pues aparecen casos y más casos, problemas y más problemas.
La realidad es obvia: el poder, la influencia y la financiación de esas organizaciones, pasa porque el problema persista, se haga más visible y sea percibido como muy grave por la sociedad. Ciertas ONG, como las empresas de seguridad privada, viven de vender alarmismo. Si las farmacéuticas no quieren que desaparezcan los enfermos y las empresas de seguridad privada no quieren que desaparezcan los delincuentes, las ONG no quieren que desaparezcan los pobres, los marginados, el racismo o el machismo.
Y quien lo dude, que eche un vistazo a sus partidas presupuestarias de sueldos y salarios. Porque la solidaridad bien entendida, y ellos la entienden muy bien, empieza sobre todo por uno mismo.