Benidorm, la playa bajo el imperio

Phil Hatcher-Moore, fotógrafo inglés de guerra, dijo en una ocasión: "He estado en Sudán, en Siria y en Haití. Pensaba que eso era el infierno, hasta que fui a la despedida de soltera de mi prima Ann en Benidorm".

El otro día leía que solo hay 22 países en todo el planeta que no hayan sido invadidos por los ingleses. Y pese a eso, su cultura, su forma de ser, sus tradiciones, se ha mantenido inasequibles a los terribles aconteceres a los que han sido sometidos y a los que ellos han sometido a los demás.

Decía John Lydon, cantante de los Sex Pistols, que cualquier inglés se quitaría las costillas flotantes si lo pagase la sanidad inglesa. Así podría hacerse así mismo una felación. Se aman, Viven en un país lluvioso, con una cocina espantosa, con playas terribles y son feos hasta decir basta. Pero se aman.

Este fin de semana estuve en Benidorm por circunstancias sociales y pasé una maravillosa y delirante velada con mis amigos. Debo decir que como "experiencia sociológica" fue algo extraordinario.

Recorrimos varias discotecas infames en las que éramos los únicos españoles y pude detectar los catastróficos efectos de la endogamia en el norte de Inglaterra. No vi ni una persona guapa (ni mujer, ni hombre) durante 3 o 4 horas . Es como si en la entrada hubiese un casting de feos (supongo que por eso nos dejaron pasar también).

Entre las mujeres inglesas detecté un fenómeno extraordinario que acuñé el twenty-sixty. La inmensa mayor parte de ellas van tan extramaquilladas que eres incapaz de saber si tienen 20 o 60 años.

Ellos son directamente feos. Creo que montar en Sheffield una clínica de ortodoncia sería más rentable que un pozo petrolífero en la península arábiga.

Los ingleses no viajan. Se llevan Inglaterra allá donde van. Y por eso Benidorm tiene tantísimo éxito. Comidas infames, cervezas infames, música infame (aunque en eso nosotros les ganamos de lejos). Hoteles decadentes con piscinas que tienen más urea que cloro. Restaurantes a precios desorbitados con cocinas que harían las delicias de cualquier inspector de sanidad. Urbanismo que propicia la aglomeración. Ruido constante. Vestimentas horteras y chillonas. Los ingleses vienen a este infierno porque aman este delirio fosforito con olor a fritanga que, pese ser antagónico a sus vidas y ciudades grises en lo superficial, tiene todo lo que tienen esos lugares espantosos de los que proceden,. Por eso podemos decir que ellos no vienen a España, la cultura popular se la pone bien floja. Ellos van a Benidorm. Si pudiesen cortar la ciudad y ponerla en el Mar del Norte, encapsulada en una burbuja, lo harían para no tener que coger un avión.

Tom Sharpe decía que el imperio inglés no se impulsó por el espíritu aventurero de sus compatriotas, sino porque sus mujeres eran horrorosas y porque había algo aún más insalubre que su clima: su cocina. ¿Quién no se largaría de Inglaterra a buscar nuevos horizontes? El problema, apostillaba el escritor, es que ya no hay más mundo que descubrir y además, llega una edad en la que la mujer no te suelta, te has acostumbrado a comer comida basura 4 días a la semana y lo mejor que puedes hacer es irte a Benidorm porque el sueldo tampoco te da para mucho más.

Si los franceses buscaron en mayo del 68 la playa bajo el decadente asfalto, los ingleses, en cambio, tratan de olvidar la decadencia de un imperio y sus estertores brexitianos, llenando su piel de melanomas y sus arterias de colesterol en la playa benidormí.

Que nada cambie, para que Inglaterra lo cambie todo, cantaba el hortera de Simply Red...

Cuando hacía la maleta para regresar, me invadió una extraña sensación que creo que Fernando Fernán Gómez le explicó a Trueba mejor de lo que yo podría hacerlo jamás, tras una estancia en Salou (otro Benidorm). El director describió aquellos días como "los peores de su vida" porque fueron la única fase de su existencia en la que se sintió orgulloso de ser español. No entendí esa frase hasta ayer, pero qué bien lo pasé y lo que me reí...