Tan polarizadas están las posturas respecto a Baltasar Garzón, que sólo caben dos aproximaciones a su figura: o se le cree un prevaricador contumaz cuyo narcisismo le haría bruñir con sidol el Código Penal para solozarse con su pálido reflejo, o se le considera un icono de la democracia y un azote de los genocidas, al que los perseguidos del mundo pueden acudir mientras Superman regresa de sus vacaciones en Krypton.
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