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Sara Aguado nació, como ella dice, en un cuerpo equivocado. “A los cuatro o cinco años ya quería sentirme y vestime como una mujer”, comenta. Pero nadie, ni su propia familia, fue capaz de asumir su identidad. Vivió una infancia muy dura y una adolescencia todavía peor. Cuando decidió ponerse ropa femenina y cambiarse el nombre, todo a su alrededor, dice, eran risas y mofas. La alegría de obtener un trabajo en una orquesta le duró exactamente quince días. La echaron a la calle, nuevamente. “Según ellos, hacía quedar mal a la orquesta"
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