Mientras hablaba con el corresponsal de la BBC en su destartalada habitación a la que llaman hogar en Dhaka, Bangladesh, un hombre sollozaba junto a su hija de 12 años. La cara del padre, surcada de arrugas prematuras, era la expresión misma de la angustia. Solo podría entenderlo un padre cuyo hija agonizara bajo gigantescas losas de hormigón sin que se pueda hacer nada. “Si está muerta”, decía, “lo único que quiero es enterrarla con mis propias manos, para saber al menos que finalmente he encontrado a mi hija”.
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