La solución pasa por llamar a las cosas por su nombre y diferenciar. La banca, como negocio esencial para el funcionamiento del mercado, debe limitarse a realizar únicamente su actividad tradicional fácilmente definible. Las apuestas sólo se pueden realizar a través de otras sociedades claramente identificadas como juegos de azar. A partir de ahí quien quiera hacer juego se queda con su pérdida o ganancia.
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