Ahora, la cumbre del G-20 no sólo va a consagrar ese desequilibrio, sino que además va a obligar a las entidades que no han recibido ayudas públicas a cumplir con unos estándares de capital más altos, similares a los alcanzados por los bancos rescatados. Un agravio comparativo en toda regla, pues beneficia a los que lo hicieron mal (tomaron demasiados riesgos) y tuvieron que ser salvados de la quiebra, y perjudica a los que lo hicieron bien (fueron más prudentes) y no han necesitado ayudas públicas.
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