No se interpelan ni tratan de explicar en lo mínimo su falta de creencia en un ser superior, pero tampoco cuestionan ni combaten los argumentos de quienes defienden que cada momento de su vida está regida por una divinidad. Se los puede reconocer como los nuevos ateos, inmersos en una cultura global de modernidad donde la apertura, la tolerancia y la pluralidad son los valores enarbolados, pero en la que también existe una relativización absoluta, por lo que entonces Dios puede o no existir, pero a ellos no les importa en absoluto.
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