En 1991, los científicos hallaron unos extraños hongos creciendo en las paredes del reactor de Chernóbil (Ucrania), lo que les desconcertó debido al ambiente de extrema y fuerte radiación que había en el mismo. Fruto de sus investigaciones, descubrieron que a los hongos no les afectaba la radiación y que, curiosamente, se sentían atraídos por ella.
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