Los esclavos eran fundamentales para la economía romana, que no se habría sostenido tanto tiempo si hubieran tenido que pagar un sueldo a toda esta mano de obra gratis que ejercía trabajos que iban desde la agricultura a la minería, pasando por los trabajos domésticos, cocina, educación o incluso entretenimiento. Hay fuentes que dicen que en el Imperio Romano había entre un tercio y una quinta parte de población esclava, y era habitual que, mientras el emperador tenía unos veinte mil a su servicio, un romano rico podía contar con unos quinientos en su casa.
Había muchos esclavos de nacimiento, que eran a su vez hijos de esclavas pero también podían llegar a adquirir ese estatus por ser prisionero de guerra, a través de la piratería o del bandidaje. Además los niños que no eran reconocidos por sus familias solían correr la suerte de convertirse en esclavos una vez eran encontrados.
Podríamos decir que la época de máximo esplendor del tráfico de esclavos en Roma se produjo entre los siglos II y I a.C, ya que fueron años de grandes guerras en el Mediterráneo. Los generales romanos volvían victoriosos a sus casas con un cargamento de prisioneros que pasaban, bien a servir a sus casas o a una subasta. Solamente en la primera Guerra Púnica se contabilizaron 75.000, para que os hagáis una idea.
En los años de la República romana, los esclavos no tenían derecho a tener familia y por lo tanto estaba prohibido que se casaran o que reclamaran la paternidad sobre sus hijos. Los bebés cuando nacían pasaban a ser propiedad del amo y éste era el que decidía qué hacer con ellos. En algunas ocasiones eran los propios padres los que los mataban para que no corrieran su misma suerte, pero no era lo habitual; e incluso los amos podían decidir hacerlo sin tener que rendir cuentas a nadie.
El trabajo de los esclavos en el campo y en la ciudad
Los que vivían en una granja formaban una familia rustica. Sus tareas podían ir desde lo meramente agrícola a otras más artesanas, textiles o de construcción, y era frecuente que durante la época de recolección compartieran sus jornadas con personas libres que sí que cobraban por su trabajo.
Debido a que los esclavos eran "caros" de mantener, cuando no tenían tareas agrícolas que desempeñar, podían ir a trabajar el resto del tiempo en minas, en las que las condiciones de trabajo eran extremadamente duras. Estas tareas las organizaba el virilicus, que era el esclavo que contaba con la confianza del amo, y que en ocasiones podía imponer duros castigos como ponerse a mover un molino en sustitución de una mula o de un caballo.
Si había algún esclavo especialmente rebelde, se le recluía en el ergastulum, que era una especie de prisión donde se le encadenaba el tiempo que no estaba trabajando, aunque en ocasiones también se les obligaba a trabajar en estas condiciones. En los restos de Pompeya se han encontrado varios de estos recintos con personas encadenadas, a las que después de un análisis se les ha descubierto artritis y dislocaciones que pueden haber sido producidas por la desnutrición o por el exceso de trabajo.
A cambio de su fuerza laboral, los esclavos recibían de los amos una túnica cada año, y un abrigo junto con un par de sandalias de madera cada dos años. Por supuesto la calidad de estas prendas variaba en función de lo que les valoraba su dueño y en estos casos los esclavos del campo solían ser los que salían peor parados.
Los esclavos domésticos tenían mejor suerte, ya que solía haber prácticamente uno para cada función, que podía ser desde maquilladores, peluqueras, nodrizas, pedagogos, portadores de literas, músicos, lectores, cocineros, camareros… Cuando se revendían tenían más valor que los del campo porque, además de la fuerza laboral, eran mano de obra muy especializada. De hecho, los esclavos cocineros eran de los más cotizados en la antigua Roma.
Las revueltas de esclavos
Como podéis imaginar, en varias ocasiones los esclavos se organizaron para encararse a sus amos y tratar de recuperar su libertad. No tenemos testimonios de primera mano de los sentimientos de los esclavos contrariados, pero hasta nuestros días han llegado historias como la revuelta liderada por Espartaco en el año 73 a.C.
Esta revuelta no era en contra de la esclavitud como tal, sino para lograr la libertad de las personas que formaban parte de ella. Espartaco era gladiador y convenció a su equipo para alzarse contra sus dueños. A él se unieron esclavos del campo e incluso algunos trabajadores libres, que llegaron a formar un ejército de entre 80 y 120.000 personas que consiguió derrotar al ejército romano en varias ocasiones, hasta que fue derrotado en Lucana donde unos piratas cilicios le traicionaron.
Tras la derrota a manos de Craso y Pompeyo, seis mil esclavos fueron crucificados en la vía Apia, entre Capua (donde empezó la revuelta) hasta Roma, como escarmiento para futuros rebeldes. Prácticamente el resto de los sublevados fueron ajusticiados, según Plutarco que es el que nos ha dejado un relato más completo de esta revuelta.
En menor medida, otra manera de rebelarse podía consistir en trabajar más despacio o en no hacer bien el trabajo que se les ordenaba. Bien es cierto que con estas artimañas se exponían a ser castigados si les pillaban, pero no tenían muchas otras alternativas mientras esperaban el momento de ser liberados.
La liberación de los esclavos
La liberación de los esclavos podía suceder de varias maneras. Una de ellas podía ser porque el esclavo pagaba al dueño el dinero que le costó. Esto, aunque no era muy frecuente, sucedía con una regularidad suficiente como para dar esperanzas a los trabajadores.
Otra manera de ganar la libertad era si a la muerte del amo, este lo establecía así en su herencia, en la que no solo decía qué esclavos quedaban libres sino que además se les asignaba dinero o posesiones para que comenzaran su nueva vida. Y por supuesto, los hijos de los libertos nacían libres en lo sucesivo.
La imagen superior es de Pascal Radigue y la he encontrado en Wikipedia.