El número de festejos se hunde a la mitad en una década en una actividad de público menguante a la que uno de cada cinco espectadores entra gratis mientras el mantenimiento de unos recintos monumentales con cada vez menos uso se convierte en un costoso y creciente lastre para las administraciones, que comienzan a optar por cerrarlas y por destinarlas a otros usos.
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