El asesinato del primer ministro sueco, Sven Olof Joachim Palme, y las heridas recibidas por su esposa Lisbet durante el atentado, pusieron un terrible fin a la creencia generalizada de que Suecia era un país tan civilizado y ordenado que sus autoridades podían pasear tranquilamente por las calles de la capital sin necesidad de llevar guardaespaldas...
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