Me alejo calle arriba, dejando atrás la música hasta que se apaga a mi espalda. Pensando, sombrío, en ese joven violinista. El encuentro tenía que haberme alegrado la mañana, me digo. Esa música tan bella. Pero lo cierto es que me ha entristecido. Mucho. Me hace sentir como en otro tiempo, con aquella gente con la que me cruzaba en lugares inciertos: caminando hacia ninguna parte con sus críos y lo poco que habían podido salvar de sus casas destruidas, mientras me preguntaba qué azarosos caminos los habían llevado hasta allí.
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