La lógica se rompe cuando se tratan de comprender los motivos que llevan a pequeños grupos de personas a estudiar idiomas que muy difícilmente pueden suponer ningún beneficio material en el futuro, sino más bien al contrario. El problema surge cuando esta parte del patrimonio cultural, porque no conviene olvidar que los idiomas, aparte de una herramienta de comunicación, son un bien cultural en sí mismos, se analiza con una óptica estrictamente utilitarista o mercantilista.
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