Las primeras anotaciones occidentales sobre la eyaculación femenina corresponden al mismísimo Aristóteles, quien observó que algunas mujeres expulsaban un fluido durante el orgasmo, posiblemente el mismo que más tarde Galeno e Hipócrates denominaron ‘semen femenino’. Pocas referencias más podemos encontrar hasta el nacimiento de la medicina moderna, acaso por casualidad, acaso por desinterés, acaso por un intento de espiritualizar los cuerpos por encima del pecado de la carne y la emisión desmesurada de fluidos (sudor, orina, lágrimas...).
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