Si en su momento me marché a vivir a Armenia fue por culpa de un amigo ruso. A la hora de elegir entre una plaza de profesor universitario en Ekaterimburgo y otra en la capital del primer país cristiano del mundo, me convenció así: «Hay mejor clima y, además, hay fruta». No comí prácticamente fruta en tres años. Las ciudades nunca me han interesado si no es para vivir en ellas y, en mi caso, vivirlas implica aburrirme de ellas. Me pasó en Barcelona y en las dos ciudades principales de Rusia, y Ereván no sería una excepción. La necesidad de esc
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