El caso de Anne Germain es el más famoso pero ni mucho menos el único. Basta enceder el televisor a determinadas horas (ya casi a cualquiera), abrir las páginas de anuncios clasificados de los periódicos o darse un paseo junto al estanque del madrileño parque del Retiro, para intuir el tamaño del fraude al que nos enfrentamos.
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