El 4 de julio de 1583, 9 meses después de la muerte de la monja carmelita, se procedió a exhumar sus restos. Según la Iglesia Católica, el cuerpo apareció incorrupto y flexible. Uno de los párrocos presentes en la exhumación, el padre Gracián de Dios, decidió cortarle la mano derecha para “conservarla como recuerdo”, entregándola a las monjas Carmelitas Descalzas de Ávila.
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