El amor no sólo constituye un dispositivo de control social, sino que también posee una dimensión económica de gran envergadura cuyo correlato es el auge de las industrias nupciales : inmobiliarias, agencias de viajes, agencias de contactos, Iglesia católica, hoteles, salones de boda, bufetes de abogados para tratar acuerdos pre y postmatrimoniales, gabinetes de psicólogos y en los que se trata ‘el mal de amores’, etc. El amor es, así, un mecanismo que encauza el estilo de vida consumista imperante en nuestras sociedades actuales.
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