Carla (nombre ficticio) tiene 16 años y desde hace dos recibía tratamiento para su depresión por el equipo de psiquiatría infantil del materno de A Coruña. Pero al cumplir su último año las normas sanitarias le obligan a ser atendida por el servicio de adultos, la derivan a un centro de salud y de repente se ve sola ante un abismo en el que solo pueden prestarle atención quince minutos cada siete meses.
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