Pocas horas después de atentar con cincuenta kilos de explosivos contra el periódico El Espectador, porque «es el único que habla mal de mí», Pablo Escobar desayuna tranquilo junto a su primo. Es un día precioso. La prensa de la mañana no ha llegado, por supuesto: los talleres gráficos volaron por los aires a las 6:43 AM y él lo sabe porque lo ordenó. Escobar le señala a su primo la ausencia del periódico sobre la mesa.Lo hace con una sonrisa de niño travieso por debajo del bigote.
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