La ciencia está llena de hombres malditos, de grandes genios que, por una u otra razón, fueron relegados al más puro ostracismo. Su obra fue condenada, olvidada o atribuida a otros que fueron más hábiles en ese juego de egos e influencias que tantas veces domina las instituciones científicas. Ese es el caso de Alan Mathison Turing, el padre de las ciencias de la computación.
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