Ainhoa Marigorta, de 51 años, se enfrenta a un juicio para intentar que la empresa le haga un contrato fijo. Corría el año 2003. En Orozko (Vizcaya), Ainhoa, de 35 años en aquel entonces, acudía a su primer día de trabajo en la fábrica de galletas Artiach. Era un contrato de un día firmado a través de una ETT que le permitía salir de su situación de desempleo, pero que —no lo sabía en ese momento— se convertiría en una práctica habitual durante más de una década.
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