A pesar de la repulsa, rechazo y repugnancia que generan, todos sabemos que los casos de violencia en el entorno escolar siguen existiendo y que tienen unas consecuencias especialmente gravosas para muchos de los niños. Sin embargo, generalmente, estos casos solo llegan a la prensa cuando el desenlace ha sido fatal y, por contra, se ignoran (por mutismo mediático) todas aquellas instancias en las que el sistema sí funcionó. Hoy quería aprovechar mi experiencia como profesor en un instituto público de secundaria ubicado en un barrio de clases medias en una gran ciudad española y narrar cómo se actuó esta vez. He tenido este artículo guardado en el cajón durante un tiempo, esperando a que ya el agua hubiera corrido, y me he decidido a darme de alta para poder compartirlo con todos vosotros. Como entenderéis, todos los datos concretos son altamente confidenciales, así que todos los nombres que voy a dar son ficticios.
Desde los inicios de curso, hubo una clase en este instituto que destacó por su mal comportamiento en la mayoría de clases, donde se solían produciar graves faltas de respeto hacia muchos profesores, que llegaban hasta el punto de sabotear exámenes e ignorar totalmente las órdenes de algunos profesores. "Es un grupo difícil", nos decíamos; "el primer trimestre siempre cuesta acostumbrarlos", pensábamos. Fueron unos meses de batallas constantes, de hablar, dialogar, castigar e incluso expulsar, pero la situación no llegaba a calmarse: siempre había un reducido grupo de alumnos contra los cuales, al parecer, nada funcionaba. A estos alumnos los llamaremos Paco, Ramón, Pepe, Juan; a menudo, se les unía un quinto alumno, Adolfo, que solía pasar desapercibido pero que siempre estaba unido a este grupo.
Cuál sería, sin embargo, nuestra sorpresa cuando, pasados unos meses, un grupo de padres de esa misma clase denunció ante el equipo directivo del centro que sus hijos eran víctimas de acoso escolar. Automáticamente, se activó el protocolo existente ante este tipo de denuncias y se vigiló mucho más de cerca a esta clase y, especialmente, a los alumnos acosados, pero dentro de clase, con el profesor presente, estos alumnos no parecían recibir un trato distinto por parte de sus compañeros. Con todo, este primer paso que tomaron los padres fue fundamental, ya que nos puso en alerta: nos fijamos mucho más en cómo interaccionaban los alumnos fuera de clase (en los institutos siempre son particularmente delicados los baños, por ejemplo) y vimos que este grupo "duro" de 5 se había erigido como los líderes de toda la clase, que actúaba según sus deseos, un orden en el cual algunos alumnos no encajaban del todo bien y parecían estar a menudo solos.
Al final, el pastel se descubrió cuando unos chavales de unos cursos superiores, acompañados por nuestro querido Paco, tuvo la genial idea de introducirse de noche en el instituto por motivos no muy claros. Todos estos alumnos iban a ser castigados de forma muy rigurosa, pero Paco, con la idea de escaparse del castigo (¿demasiado CSI?), decidió entregar al equipo directivo los archivos de texto de su whatsapp, en el que había un grupo para quedar "a saltar la valla", pero también había muchas otras conversaciones respecto a otros alumnos, de la misma clase de Paco, que sistemáticamente eran insultados, vejados, despreciados y, en definitiva, acosados.
Ante esta prueba ahora ya evidente, palpable y manifiesta, se activó ahora sí el procedimiento disciplinario para las sanciones catalogadas como “muy graves”, en las cuales un profesor imparcial (es decir, que no dé clase al grupo de alumnos) hace de juez instructor, toma declaración por escrito a todos los implicados (y, como son menores, los alumnos pueden ir acompañados de sus padres, los cuales pueden intervenir, si así lo desean, incluso con abogados) y después pronuncia un “fallo”, debidamente argumentado. Es, en definitiva, una imitación de un procedimiento judicial que intenta garantizar los mayores derechos para el acusado y evitar la aplicación de castigos muy graves sin motivo, ya que Inspección Educativa después repasa bastante a fondo todas estas actuaciones.
Durante las entrevistas, las declaraciones fueron sorprendentes: los alumnos del núcleo duro respondieron acusándose sucesivamente unos a otros, de forma circular, como los responsables, excepto Adolfo, que mantuvo su inocencia incluso en un interrogatorio que duró horas; los alumnos acosados, en cambio, respondieron quitándole hierro al asunto, calificando estos malos tratos como “simples bromas” y, en definitiva, sin llamar la atención. Por si no lo sabéis, este un potente indicio de que un alumno sufre acoso, ya que los adolescentes suelen tener tal deseo por integrarse que intentan aguantarlo todo... hasta que revientan.
Ante esta situación tan inusual, el profesor-juez continuó entrevistando a profesores, padres, alumnos de otros cursos. Al final, tras muchas preguntas y mucho observarlos en clase, nos dimos cuenta de que el comportamiento de Adolfo era calculado: siempre era el instigador de todos los actos violentos, gamberradas y travesuras, pero cuando llegaba la autoridad sabía retirarse a un segundo plano y mantenerse apartado de los castigos. Así las cosas y para acabar de atar cabos, se le realizaron unas pruebas psicológicas a todos estos alumnos y los resultados fueron obvios: Adolfo respondía claramente a un perfil psicopático, agresivo y manipulador y, recabando más datos con nuevas entrevistas, quedó claro que él tenía manipulado/persuadido/amenazado al “núcleo duro” del que antes hablé para que fueran sus marionetas, mientras que el resto de la clase no sabía cómo enfrentarse a la situación y les seguían la corriente.
Una vez la investigación quedó cerrada, llegó el momento de tomar una decisión. El fallo fue tajante: el alumno fue expulsado del centro y quedó en manos de Inspección Educativa buscarle una nueva plaza en otro instituto del barrio, ya que este alumno todavía cursa una etapa educativa obligatoria y debe tener plaza en algún instituto. Sin embargo, este centro al que ahora acudirá es mucho mayor que el nuestro y tiene muchos más problemas de disciplina, así que yo me temo que este alumno allí no hará sino aprender de peores modelos de conducta – no sé hasta qué punto este castigo tendrá un valor educativo para el alumno. Con todo, la propia familia del alumno estuvo de acuerdo con la decisión y, de hecho, recibió el veredicto con resignación y no lo recurrió: seguramente ya sabe lo que tiene en casa, pero me temo que no sabe (y no puede) hacerle frente de ninguna manera.
Por lo que a nuestro instituto respecta, la decisión fue claramente acertada. Tras expulsar a este alumno, el comportamiento de esta clase mejoró exponencialmente y parecieron un grupo de alumnos distintos, mucho más calmados y centrados; de hecho, los cuatro alumnos antes conflictivos ahora pasaron a ser mucho más manejables y colaborativos. Sin embargo, tampoco quedaron impunes: aunque víctimas de Adolfo, también fueron verdugos, colaboraron en un acto grave y se les castigó por ello, con la finalidad de enseñarles que la solución ante unos comportamientos de esta clase no es consentirlos (ni mucho menos, colaborar con ellos), sino enfrentarse y denunciarlos; más adelante, hubo otro caso de acoso similar en esta misma clase pero se pudo cortar de raíz desde un principio porque enseguida los propios alumnos de la clase dieron aviso. Por lo que respecta a las víctimas, se trató de protegerlas al máximo ocultando sus nombres de cara al resto de alumnos y, de hecho, nunca se explicó al resto de sus compañeros por qué se expulsó a Adolfo más allá de un superficial "por mal comportamiento".
En fin, espero que con este relato hayáis podido ver los entresijos del funcionamiento de un IES cuando hace frente como es debido al acoso escolar, pero también que entendáis, por un lado, lo importante que es que tanto padres como alumnos lo denuncien, aportando todas las pruebas que tengan al alcance (y hoy, con tanta comunicación digital, es relativamente más sencillo) y, por el otro, lo importante también que es que tanto los profesores como el equipo directivo se tomen este problema como algo que va más allá de las tradicionalmente consideradas "chiquilladas" y que estén decididos a actuar contra el problema dedicando mucho esfuerzo y horas libres (por supuesto, no remuneradas ni reconocidas).
TL;DR: Se detectó a tiempo un caso de acoso escolar y se intervino de la forma más imparcial posible pero defendiendo a la víctima.