Kant había despedido a su mayordomo Lampe tras cuarenta ańos de servicio. Ante una pérdida que parecía ser incapaz de comprender, —pero que, al parecer, tampoco podía dejar de pensar—, Kant se asignó la difícil tarea de olvidar a Lampe. Era el año 1802. Durante el siglo anterior se había discutido hasta la saciedad la relación entre la involuntariedad del olvido y la voluntariedad de la memoria.
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