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A.G.A.B...

El otro día me dieron un pequeño trazo, uno pequeñito, y lo coloqué en una pintada que ponía ACAB.

Ahora pone AGAB. Ni siquiera me dieron una G. Fue sólo un trazo.

Y de repente, lo que era una reivindicación social y progresista, se ha convertido en un acto de racismo intolerable, excluyente, y que señala a un colectivo por lo que hacen un pocos. De repente, un grito del pueblo contra el maltrato y la violencia policial se convirtió en un intento de estigmatización de un colectivo que pone la diana sobre personas que, individualmente, no han hecho nada para merecer que se les señale de ese modo.

Es curioso ver lo poco que hace falta para revolver un gallinero de doblepensadores orwellianos. Un trazo de nada, y cambia la opinión, el relato, y hasta el manual de argumentaciones que es necesario utilizar. Porque no son argumentos: son instintos, visceralidades de hígado más que de corazón, fobias y parafilias incofesables: tropismos de berza necia que toma por gilipollas al que los compra en un mercado de la bilis disfrazdo malamente de mercado de las ideas.

AGAB es tan repugnante como ACAB, eso es obvio para cualquiera que no sea un posmoderno del pensamiento doble, pero lo interesante del asunto es ver las reacciones que provoca, y más aún, en quién las provoca.

La hipocresía es lo que tiene: que con un sólo trazo que añadan a tu narrativa de mierda, te enfrentas al espejo de tu propia miseria maniática.

Un trazo en una pintada: tan poco y tanto como como un trazo en un mapa de trincheras.