Nada más subyugante para un turista que pararse frente a los restos de lo que alguna vez fuera un edificio, una ciudad entera o un monumento. No hay nada que atraiga tanto como el misterio de adivinar qué historia cuenta esa pieza que supo mantenerse en pie a través de los siglos. Más inquietante aún, sentir en ella lo inaprehensible e inexorable del paso del tiempo que destruyó lo que alguna vez fue una civilización que debe haber parecido tan indestructible como la que uno habita.
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