El cénit del poder de Macedonia fue alcanzado en tiempos del fiero y astuto Filipo II y, naturalmente, de su desmedido retoño Alejandro, el divino Sikander al que los persas y demás asiáticos adoraron como a un dios viviente a pesar de las monumentales cogorzas, las juergas inacabables y los accesos de ira que le hacían perder la cabeza y llegar hasta a agredir a quienes le contradecían o minimizaban sus logros, como le ocurrió al valeroso Clito el Negro.....
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