Para ellos, las redes sociales eran la plataforma donde concertar el lugar, la hora, el precio y el servicio sexual que iban a ofrecer. La gravedad del caso es que quienes ofrecían esos servicios eran menores residentes en localidades del sur de Madrid que aceptaban tener relaciones sexuales con adultos a cambio de dinero y de regalos tales como portátiles de última generación y tabletas.
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