El otro día recordaba mis veranos en la playa en los que las máquinas de videojuegos ocupaban un lugar preferente en esas larguísimas tardes sin televisión. La partida costaba 25 pesetas y ahora, por lo que pude ver el otro día, cuesta un euro. Pensé que esas 25 pesetas, en los años ochenta, debían representar mucho más que un euro en la actual, por lo que me puse a buscar (con ayuda twittera) los datos que habrían de corroborar o rechazar mi idea.
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