De vez en cuando viene bien tirar una piedra sobre nuestro propio tejado para romper el mito de que los programadores nos creemos intelectualmente superiores al resto. Somos gente que da instrucciones concisas a una máquina, y normalmente ella lo interpreta al pie de la letra, por lo que la mayoría de los fallos de nuestros programas vienen de errores que hemos cometido en el código, o incluso antes, en la fase de diseño.
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