Google sacaba pecho. Fastos y aplausos rodeaban la llegada de Grace Hopper a Bilbao el verano pasado. No aquella Grace Hopper que ayudó a crear COBOL, no, sino el cable que la homenajeaba. Un gigantesco cable submarino de 6.000 km que conecta Nueva York con Bilbao, en España, y Bude, en Reino Unido. Aquel era el último logro de una industria que nos permite comunicarnos, trabajar, jugar y disfrutar de contenidos como jamás lo hemos hecho. Eso es prodigioso, pero esos avances tienen un lado menos conocido: el control y dominio que Google y otra
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